Los cementerios producen sensaciones ambiguas en
quienes los visitan. Sin embargo, y más allá del aire lúgubre que suele
caracterizarlos, los camposantos guardan historias apasionantes con
protagonistas imbuidos de pasión, además de inadvertidos detalles que con el
tiempo se convierten en leyendas.
Tal es el caso del Cementerio General de Miraflores
en Trujillo, construido en un extenso terreno donado por el ciudadano español
Juan José Pinillos. Cronistas de la época cuentan que con su inauguración, en
diciembre de 1831, se dejó atrás la costumbre de enterrar los cadáveres en
conventos, atrios y capillas de templos católicos.
A través de los casi dos siglos transcurridos, son
innumerables las reseñas que brotan de las lápidas aparentemente impávidas. Un
recorrido por los recovecos del camposanto permite redescubrir a personajes
extraviados en el limbo de la ingratitud contemporánea.
El libro “Viajero por Trujillo del Perú”, escrito
por el reconocido impulsor turístico Iván La Riva Begazzo, es uno de los pocos
textos que escudriña los panteones para sacar del olvido a célebres nombres
como el de Manuel Cavero y Muñoz, primer alcalde del Perú liberto y republicano
o el del sacerdote Pedro José Soto y Velarde, quien además de convertirse en el
primer vicerrector y fundador de la universidad Nacional de Trujillo, fue el
encargado de recibir al libertador Simón Bolívar cuando visitó la valerosa
ciudad de Huamachuco.
Los restos de otras figuras representativas de toda
una época descansan en el camposanto norteño. La Riva Begazzo destaca, por
ejemplo, a Hipólito de Bracamonte. Este poderoso caballero dueño de las
haciendas Chiclín y Sausal, además de ser poseedor de hasta dos títulos
nobiliarios, pasó a la historia por convertirse en el precursor de las ideas
independentistas, disponiendo que a su muerte fueran declarados libres todos
los esclavos que le prestaban servicio, antecediendo en la causa a Ramón
Castilla y hasta al mismo Abraham Lincoln.
Pero si de valor se trata, existen nombres que
deberían estar siempre presentes en los anales de nuestra historia. Como no
resaltar el arrojo de Pedro Martín Olivos, laborioso secretario de la
prefectura y docente del colegio “San Juan”, héroe anónimo que ofrendó su casa,
única gran posesión, para recaudar fondos con el fin de luchar contra los
invasores chilenos.
Esa misma valentía demostró José Arcila Hurtado,
quien desesperado ante los ultrajes bélicos se enfrentó a los enemigos
provenientes del sur utilizando un puñado de piedras como única arma. Nombres
como los de Ricardo O’Donovan y Cecilio Cox, deberían mantenerse imperecederos
como muestra de patriotismo y amor a la tierra que los vio nacer y también
morir.
Iván La Riva advierte que algunos personajes
enterrados en el Cementerio de Miraflores, despiertan rumores y mitos que se
propagan por generaciones enteras. También aquí se puede encontrar aquella
disociación entre el bien y el mal.
Por un lado, en el pabellón San Pablo, se halla la
tumba de Mauricio Walbroch, conocido como “El chinito”, considerado sin tapujos
como el patrono de los estilistas e ícono de la comunidad gay por los aparentes
favores concedidos.
Frente a la figura de este “santo popular”,
encontramos una lápida oscura que, según cuentan, alberga a quien fue la
encarnación humana del mal. Se trata de José Ignacio Chopitea, acaudalado
hombre de negocios sindicado por ejecutar un pacto con satanás para conseguir
su incalculable fortuna, la misma que, por obvias razones, no pudo llevar hacia
la eternidad.
Las tumbas de otros personajes relevantes de
nuestra historia, como Luis José de Orbegoso y González o Víctor Raúl Haya de
la Torre, son motivo de homenaje constante por quienes reconocen su legado.
Otros nombres se pierden en el tiempo ante la indiferencia generalizada.
En ese sentido, Iván La Riva Begazzo, espera la
pronta implementación de un ambicioso proyecto que espera poner en valor el
camposanto, mediante su conversión en museo y escenario de espectáculos
nocturnos culturales.
Plagado de historia todavía no asimilada por gran
parte de los trujillanos, el Cementerio General de Miraflores, y sus más de 43
mil nichos, se convierte en una atractiva opción para conocer nuestros orígenes
y, aunque parezca paradójico, mantenerlos vivos en el imaginario popular.
Por: Davinton Castillo
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