JOSE WATANABE
DON TOMAS Y
LOS RATONES
Esta historia comienza cuando
don Tomás encuentra dos ratones entre
las mazorcas del maíz que había puesto a secar bajo el sol.
Se alarmó como nunca: ¡los ratones
estaban comiéndose los maíces que había cosechado!
¿Qué hacer para que se vayan y
no regresen más?
En sus muchos intentos por
espantar a los ratones, don Tomás hizo más grande, mucho más grande, el
problema.
Pensaba que era la mejor cosecha
de su vida, cuando, de pronto, vio algo que lo espantó: dos ratones, uno blanco
y otro gris, estaban devorando una mazorca.
Don Tomás compró un gato que
empezó a pasearse entre las mazorcas.
Parecía un pequeño tigre. Los dos ratones desaparecieron, el blanco y el gris.
El gato es un animal muy
vanidoso y piensa que los ratones huyen con solo verlo caminar.
Don Tomás ahora estaba en paz.
Había visto huellas diminutas de dos ratones que huían velozmente. “Mi cosecha
se ha salvado gracias al gato”, dijo. Por eso le compró en el mercado un pescadito
de color rojo.
Cuando terminaron de comer se
pusieron a jugar. No se cansaban. Jugaban a quién destrozaba más mazorcas.
Pero no pasó mucho tiempo, apenas unos minutos, cuando don Tomás escuchó el ladrido de otro perro que se acercaba, luego de dos, de tres, de cuatro. Un instante después todos los perros de la vecindad saltaron la cerca.
El perro comprado por don Tomás
los recibió como si fueran sus más queridos parientes. Y al igual que los
gatos, los perros encontraron que era divertido jugar entre los maíces. Correteaban,
saltaban, se daban volteretas como si estuvieran en el mejor parque del mundo.
¡Estaban destruyendo la cosecha!
Don Tomás no sabía qué hacer
para echarlos. Si los amenazaba con la escoba, los perros le enseñaban mil
dientes. Entonces se sentó nuevamente en su silla de palo a pensar: “¿Y si cabo
un pozo para que caigan dentro?”. Más desesperado aún, se preguntó: “¿Y si
compro un cañón?”. Un pensamiento brilló como una chispa en su mente: “¡Buscar
un fantasma!”.
Todo el mundo sabe que los perros
le temen a los fantasmas. Cuando ven uno en la oscuridad aúllan y luego se
refugian temblando de miedo entre las piernas de sus dueños. “Sí, un fantasma
espantará a los perros”.
Recordó que había una cueva en
un cerro cercano. Allí los fantasmas se reunían de noche. Don Tomás iría a
pedirle uno, al más viejo y gruñón, que lo ayude a espantar a los perros.
Llegó la noche, pero don Tomás
no se atrevía a ir a la cueva.
Tenía muchas dudas: “¿Y si los
fantasmas no son amigables?”, se preguntaba. Y como siempre, después de sus
preguntas, tuvo una idea salvadora: “¡Una sábana blanca! ¡Sí, una sábana blanca
puede ser un perfecto fantasma!”.
¡Era un verdadero fantasma bajo
la luna!: Los dos pequeños agujeros que le había hecho a la sábana eran dos
aterradores ojos negros.
Aun era de noche. De vuelta a su
dormitorio sorprendió a un fantasmita que caminaba hacia el fantasma de sábana.
“Pobrecito”, pensó don Tomás,
“debe andar perdido”.
-ya te encontrarán, pequeño- lo
alentó de lejos -, Y se fue a dormir
orgulloso de no haberse asustado con un fantasma de verdad.
-Somos
científicos-dijeron-cazamos fantasmas para estudiarlos. Anoche perseguíamos un
fantasma bebé, pero se nos perdió por aquí.
-¿Cuántos fantasmas han cazado?-preguntó
don Tomás.
-Todavía ninguno- contestaron
ellos apenados.
-Tal vez no existen- dijo don
Tomás.
-Sería terrible-respondieron
ellos –perderíamos nuestro trabajo.
De pronto los científicos
divisaron al fantasma de sábana. Corrieron
hacia él. ¡Cómo corrieron! No tenían cuidado. Iban destrozando las
mazorcas. Rodearon al fantasma, lo filmaron con sus cámaras y le tomaron
fotografías para tener pruebas en caso de que desapareciera en el aire.
-Yo también vi al pequeño
fantasma- confeso don Tomás para animarlos.
-¿También lo vio?- preguntaron
ansiosos los científicos.
-Pasó por aquí en la madrugada.
Ahora debe estar lejos. Pero era muy pequeño. Tal vez no valga la pena
buscarlo.
-Todo fantasma vale la pena-
dijeron los científicos y se fueron apurados en sus camionetas.
-¿Dónde has estado escondido?
-preguntó don Tomás.
El fantasmita no respondió. Parecía
asustado. A don Tomás le entró una
sospecha. Tomó el vestido del fantasmita y tiró. Era un pañuelo. Quedaron al
descubierto dos ratones, uno blanco y otro gris, uno subido en los hombros del
otro.
-¡Son ustedes!-exclamó don Tomás
–. Desde el día que los vi empezaron todas mis desgracias. Mejor los hubiera
dejado de comer un poco más de maíz. Los ratones asintieron entusiasmados con la
cabeza.
-Está bien. Coman, pero por
favor, no llamen a más ratones.
Y mientras los ratones empezaban
a comer don Tomás miraba feliz cómo el sol brillaba en el maíz amarillo.